Su caso fue juzgado por
segunda vez en 1999 y de nuevo fue declarada culpable. El día de su 17º
cumpleaños fue trasladada a un centro de detención de adultos y cuatro meses
después, a una prisión de adultos.
Durante este tiempo ha
estudiado la enseñanza secundaria y ha completado todos los programas de
educación disponibles en prisión. Ahora Jaqueline ha expresado sus remordimientos
a las familias de los dos asesinados.
Pero desgraciadamente
Jaqueline no es la única y el tratamiento dado por la justicia, tampoco. En
todos los casos se ve un denominador común, ni han sido juzgadas con las
suficientes garantías ni se han tenido en cuenta sus antecedentes.
Christi Cheramie tiene en estos momentos 33 años. Fue
condenada a cadena perpetua en 1994, con tan sólo 16 años. Se le acusó de
asesinar a la tía abuela de su novio. Según Christi, el asesinato lo cometió
él, que en ese momento tenía 18 años. El psiquiatra que examinó a la
chica antes del juicio afirmó que se trataba de una joven “deprimida,
dependiente e insegura, incapaz de contrariar a su novio”, según informes de
Amnistía Internacional. Pero al igual que la mayoría de estas condenadas, su
infancia fue dura. Sufrió abusos sexuales y a los 13 años la internaron en una
clínica psiquiátrica tras intentar suicidarse en dos ocasiones.
Ahora es otra persona. Ha
completado sus estudios agrícolas e imparte clases en prisión a otras
condenadas.
En 2001, Christi solicitó que
se retirase su declaración de culpabilidad y afirmó que, cuando la realizó, no
había comprendido en qué consistía el proceso judicial ni qué implicaba
realmente declararse culpable de homicidio impremeditado. Su solicitud fue
rechazada.
La Convención de Derechos del Niño, prohíbe expresamente
la imposición de cadena perpetua, sin posibilidad de excarcelación a los
menores de 18 años, independientemente de la gravedad de los delitos, pero
Estados Unidos no se adhirió.
Tal como afirma dicha
organización “no se trata de disculpar los delitos cometidos por menores ni de
restar importancia a sus consecuencias, sino de tener en cuenta el especial
potencial para la rehabilitación y el cambio que tienen los menores
infractores”, asegura la organización Human Rights Watch.
Existen todavía muchos grupos
contrarios a la libertad de estos jóvenes, ya que argumentan que “las víctimas
no solamente tendrían que soportar el dolor propio de la pérdida, sino que se
verían obligadas a revivir dicho dolor cada vez que el condenado y autor del
crimen tuviera un nuevo juicio para ser sentenciado otra vez y, quizás,
conseguir la absolución o una reducción considerable en su condena”.
El pasado mes de marzo, el
Supremo de Estados Unidos comenzó a estudiar la posible abolición de la cadena
perpetua sin libertad condicional para quienes no tengan delitos de sangre.
Jaqueline, Christi o Alyssa
tendrán un futuro muy negro en cualquiera de las 38 cárceles norteamericanas
que recluyen a las condenadas siendo adolescentes. Carecen de la posibilidad de
conseguir la libertad condicional.
Muchas de ellas tienen
depresiones, pensamientos de suicidio, angustia crónica y sentimientos de
intensa soledad. Estudian, dan clases a sus colegas de prisión, maduran y con
el paso de los años se convierten en mujeres que podrían integrarse en la
sociedad, pero la justicia y la política les niega todo tipo de
esperanza.
En Estados Unidos siguen
condenando a cadena perpetua a menores de edad. En estos momentos 2.500
cumplen dicha pena. De ellos, en torno al 7% son chicas. Muchas han
pasado ya más de la mitad de su vida en prisión. Su infancia fue muy
dura, su futuro, negro y la forma de juzgarlas, muy injusta.